Juegos de taller
Algunas veces entro a mi taller dispuesto a realizar la obra maestra de mi vida; es temprano y me siento en el vetusto escritorio esperando me broten las ideas para realizarla, sin darme cuenta me distraigo mirando alguna mosca que, sin mi permiso, se tomó la libertad de traspasar la ventana, para luego desaparecer en el montón de cuadros que cansados se recuestan en las paredes.
Me toco la cabeza cerrando los ojos para hurgar en mi interior… y parece que la inventiva… se tomó unas vacaciones.
Me paro y veo el desastre causado por mi última pintura y me propongo ordenar los desordenes que comúnmente habitan mi taller: los pinceles están sucios, uno que otro tarro destapado, el pegoste en la paleta se ha endurecido, la trementina juega a las escondidas y cuatro latas de cerveza danzan por el piso intentando meterme la zancadilla que me lleve al suelo.
¡Ah! Me digo ¡que carrizo! Mañana será otro día.
Mejor me voy a ver la televisión, y casi llegando a la puerta, veo un bastidor a medio manchar con un color amarillo huraño… me pregunto: ¿Y esto?
Me acerco y lo tomo, llevándomelo al caballete, y olvidándome de mi obra maestra, recorto un pedazo de yute y se lo pego, destapo el tarro naranja, el rojo, el negro y con la espátula los embadurno tratando que cada color se medio mescle en la puntas, agarro el blanco y meto una buena cantidad en el expendedor de la salsa de tomate y cual preparador de perros caliente, lo dejo chorrearse por todo el cuadro…son de pronto las diez de la noche, llevo 5 horas… ¿pintando?...
Y sin darme cuenta, ya está terminado.
Desvergonzado, cierro la puerta, lamentando no tener otro bastidor para quedarme hasta el otro día…
Simón Oliveira
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